Tlaquepaque y Chapala

07 de febrero de 2023

JALISCO: CANCIÓN Y ALMA DE MÉXICO

Parte 2 Tlaquepaque y Chapala, contraste del alma mexicana

*Actualización del blog “Chapala, paisaje para almas enamoradas” 18 abril 2016


Tequila es aroma y sabor, pero visitar las calles de Tlaquepaque o el malecón de Chapala es una experiencia que conecta de diferentes formas con el viajero. Comida, música y cultura se mezclan para mostrarte lo más emblemático de nuestro país. Mariachis y fiesta, islas y malecones son recuerdos que cambian tu perspectiva. El occidente de nuestro país guarda maravillosos parajes que como mexicanos deberíamos experimentar por lo menos una vez en la vida…

 

 





La fiesta se perpetúa semana tras semana en Tlaque. Delante de la Parroquia de San Pedro Apóstol está el Jardín Hidalgo lleno de palmeras de dátiles y puestos ambulantes de sabroso tejuino. Color y bullicio, tiendas y bares novedosos. Galerías artesanales y restaurantes para todos los gustos se abren paso pero hoy yo quiero celebrar un poco más a la antigua y por eso me fui hacia El Parián. Dentro de sus portales hay sillones de cueros mullidos y viejos, muy cómodos; mesas con manteles a cuadritos y lámparas colgantes que te conducen a un quiosco donde cada fin de semana el mariachi ameniza las tardes mientras tomas una chabela de cerveza o una cazuelita de tequila. El tiempo ha hecho estragos en la tradición del lugar más mexicano debo admitirlo, lo típicamente dirigido a los habitantes de la región pasó a ser una mera representación de nuestra usanza para los extranjeros. Aun así, pisar este recinto te hace sentir que estás en el corazón de la mexicanidad, es algo difícil de eludir pues tenemos una enorme necesidad de expresar nuestra esencia. Tlaquepaque es México en más de un sentido. A unas cuadras de aquella estampa tan tradicional encuentras plazas, foros y avenidas, modernidad fusionada, pero su centro




es un microuniverso dedicado a tus raíces. Más adelante, hacia el sur, me encontré con “El Abajeño” sin duda una experiencia gastronómica que recomiendo por encima de otras también excelentes y que se convirtió en un alivio a mis antojos y a la necesidad de encontrar algo merecedor de mención especial, el sitio es pintoresco por decir lo menos y amalgama todas las definiciones de Tlaquepaque.

 


}Este pueblo mágico me abruma y me fascina. Hay tanto que contar y tanto que experimentar que de seguro necesitarás más de una visita para gozarlo como merece. He ido con amigos y con familia, sólo y en compañía de mi caribeña viajera y “Tlaque” siempre mutó en el tipo de pueblo que yo necesitaba.

 



A la mañana siguiente el cuerpo demandó descanso de la verbena pero el espíritu seguía inquieto. Así que mi hermoso Chapala era la parada siguiente. Hay sitios donde entras en comunión con tu yo más interno y no sabes porque, en mi caso no hay misterio aunque si algo poco común. Chapala es para mí paisaje que alivia, ahí siento qué, como dice la canción, las almas pueden hablarse de tú con Dios. No debería existir motivo particular para tal sentimiento de cobijo y consuelo pues apenas he ido en algunas ocasiones y siempre a pasear como el más simple de los turistas, pero si algún día has dudado del dicho “la sangre llama” este es el mejor argumento que tengo para confirmar que es cierto.

 



Allá, pasando la vista que te obsequia el malecón, cerca de la orilla donde nace el sol cada mañana y juntito de Ocotlán está el bello Jamay, casi nadie habla de tan hermoso pueblo y confieso que yo mismo aún no lo conozco, pero sé que se asoma al horizonte del extenso “mar chapálico” como le llamaron los españoles. Pueblito lagunero que sin duda tiene estampas similares al mismísimo Chapala, lanchitas con redes llenas de peces, garzas posadas en las orillas del lago, cielos aborregados que se mezclan con los llanos verdes de los alrededores. De ahí era oriundo mi abuelo Don Ignacio a quien no pude conocer; con quien no tuve más vínculo que las anécdotas de mi familia. Bien, pues no puedo evitar pensar que cada vez que el lago cautiva mi mirada debe tratarse de una suerte de nostalgia heredada de aquellas vistas que en su juventud mi abuelo atesoró y amó. Un vestigio del amor por el lugar del que proviene mi apellido y un poquito mi propio ser. 

 

Chapala es apacible por naturaleza, es romántica como ninguna y en las noches lo es más, a menos que quieras probar su sabor festivo a ritmo de banda o mariachi en sus restaurantes. Es rinconcito de amor plagado de botes que te llevan a la Isla de los Alacranes, señoras amables que te invitan a comer charalitos asados con harta salsa y limón que hacen agua la boca, Chapala es aquel señor que conocí cerca del mirador del malecón, levantaba de vez en vez una cuerdita de nylon con un anzuelo. La piel tostada, el cabello blanco, manos curtidas y debajo de su sombrero de paja una mirada amable como pocas he visto. Le pregunté con ingenuidad si ya había pescado algo esa mañana y con sutil sonrisa me respondió que apenas llevaba 3 pescaditos muy chiquitos. De nuevo lo cuestioné acerca de si aquella pesca era suficiente para él y su familia y con una sabiduría que yo apenas alcanzo a comprender me respondió “ps… siempre alcanza con lo que el lago nos da joven, nomás es cuestión de ser pacientes”

Levanté la vista y miré hacia Jamay, estuve tentado a seguir ese día mi camino. Le sonreí al horizonte, “otro día” me dije a mi mismo y seguí aprendiendo de la paciencia de aquel amable anciano…



  

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